Cada mañana el señor del sombrero compraba el diario, no tanto por informarse como por distraerse en el extenso viaje que realizaba a su trabajo en el metro. Así, en el transcurso de las estaciones, el diario se iba transformando en basura y cuando el señor del sombrero llegaba su destino, arrojaba el antes diario y ahora basura al papelero.
Sin embargo, este no es el triste final, pues cada día, cinco minutos después de tal suceso, pasaba el señor del bigote, revisaba el papelero, tomaba la basura antes diario, lo limpiaba, lo doblaba con cuidado y paciencia, lo depositaba amorosamente en su bolso para leerlo más tarde y la basura volvía a ser un diario.