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domingo, 25 de marzo de 2012

¡Quiero esa lasaña!

Se me había olvidado esta entrada y esta lasaña. Entrada que publiqué el 2009 en mi otro blog. Como siempre, demuestra mi amor por la comida.

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Cuando era chiquitita iba a un restaurante con manteles de cuadrillé rojo con blanco, allí probé la mejor lasaña de mi existencia, pero sucede que un día el local cerró y me dejó un vacío culinario.
En mi vida he perseguido a esta lasaña perfecta. Fui a muchos lugares, pero jamás pude volver a darle a mi paladar el gusto de la perfección hecha pasta.
Un tiempo comía lasaña en el Naturista, era rica, pero hastío de tanto consumirla. También visité el Da carla y el Oh Sole Mío, pero no lograban darle al punto de la perfección.
Por cierto, probé en un montón de locales cuyo nombre no recuerdo (y de otros tantos que no quiero acordarme)
Hace algunos años tuve una esperanza por allí por República (o quizás Brasil, soy mala con las calles) en el San Genaro (que por cierto, ahora hace comida mexicana… sin comentarios), me dieron una lasaña que estaba demasiado rica, pero esa ilusión no duro más que una vez, fue ese loco amor de verano, intenso y fugaz…
Pero lo que sucedió hace unos días, eso, no me lo explico. Ya olvidados mis propósitos, decidí servirme algo en el centro (en realidad, no quería cocinar) y en ese local de libros y música, te conocí. No eras aquella lasaña de ayer, eras la de hoy, con berenjenas, zanahorias, hojas de espinaca fresca y berros, estabas con tu salsa de tomates, eras perfecta.
No fue una delicia de la nostalgia, sino el placer de lo nuevo. La casualidad de un local donde no hay menú.
Entre el goce de la combinación de sabores y texturas en mi paladar entendí que la lasaña del restaurante de mantel de cuadros, esa no volverá.