A veces, muy pocas veces en la vida, tienes de
esos momentos que quieres atesorar por siempre. Es simple, de pronto algo
pequeño gatilla un estado en el que te quedas sin palabras.
Iba caminando por avenida Carrera en Concepción
en busca de una cafetería-chocolatería llamada Roggendorf, que es emblemática.
He venido tres veces a Concepción y jamás he parado, las dos primeras veces
vine acompañada, de grata compañía, pero es distinto venir sola. Es la primera
vez que viajo por trabajo sola y con mi mala ubicación espacial llevaba
caminando más de una hora a pleno sol, así que estaba cansada sin la esperanza
de encontrar la chocolatería, además de tener un hambre atroz y una sed aún peor
porque nadie me vendía un agua mineral porque no tenían sencillo. De pronto
decidí parar frente al primer lugar con el que topará en el que pudiera comer y
se cruzó conmigo un pequeño localcito italiano, se llama Raph y queda en Av.
Carrera a la altura de los 1500, pero sigo. Entré a comer y pedí una ensalada
del chef incluida en algo que era “el menú del día”, pero más que menú era un
plato. En fin, no importa. Después de pedir apresurada la comida y agua, claro,
me detuve por un segundo. Después de llevar caminando mucho rato sin parar, mi
corazón latía rápido y era como si estuviera demasiado energizada para parar.
Mientras hacía un relato interior en mi cabeza respecto a lo que sucedía, me
dije a mi misma: “para de una vez de observar demasiado, de pensar demasiado,
de sobreanalizar demasiado”, que son acciones que me cuesta para hacer y,
entonces, pasó. Ahí en un restaurante pequeño, con una ensalada del chef, con
música jazz, luego los Beatles y, finalmente, Queen, ahí me detuve un momento a
mirarme. Fue un momento conmovedor, me sentí demasiado plena. Mientras contemplaba
a dos hombres conversar con café, a otro mirar hacia la ventana, los cuadros de
los hombres del jazz, en ese minuto me di cuenta de todo lo que tenía, de todo
lo que había cambiado y de todo lo que era, fui feliz.
No sé si podría decir “soy tan feliz que podría
morir”, pero si, soy tan feliz que quiero seguir viviendo. Ahí, en la soledad
de un pequeño restaurante italiano en Concepción me di cuenta de todo lo que
tengo, de que quizás no era como imaginé, pero he logrado muchas de las cosas
que había deseado y no me había dado cuenta hasta ahora.
En mi ceguera, siempre consideré que para todo
había un camino, solo una manera de ser de las cosas y no me di cuenta de que
tenía muchas de las cosas que deseaba frente a mis ojos. Y una de las cosas más
importante, me sentí feliz con lo que soy, con todo ese camino y todo ese
esfuerzo. Pienso en el camino del héroe, este es ayudado y apoyado por otros,
pero hay pruebas que debe pasar solo, que necesita pasarlas para crecer y
enfrentar sus miedos. En ese lugar, me di cuenta de todo ese viaje que he ido
recorriendo, de mi propia fortaleza, de que lo he hecho gracias al apoyo que he
tenido y de los momentos intensos que me ha regalado la vida.
Y creo que fue un hermoso regalo adelantando de
cumpleaños de la vida. Así que gracias vida.